viernes, 26 de julio de 2013

Literatura y psicoanálisis

Escrito por: Luis Fernando Orduz
Extractos de conferencia dictada en la inauguración de la Biblioteca de Psicoanálisis de Cali. Publicada en la Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis vol 37 no 2 del 2012




¿Dónde encuentro el rastro de la ligazón de la literatura y el psicoanálisis? Mi memoria recorre a lo largo de la obra de Freud diversas referencias, pero también se deja atravesar tangencialmente por varias lecturas que hacen referencia al encuentro de estas dos disciplinas.

Empiezo por algo de carácter personal que he dicho en otros espacios; un mensaje lanzado hacia océanos virtuales en la búsqueda de manos y oídos que puedan desentrañarlo: mi opción por ser psicoanalista y permanecer en este oficio de alguna manera se relaciona en que el psicoanálisis guarda, en mi forma de percibirlo, mayores relaciones con la literatura que con la medicina. Creo que si el psicoanálisis fuera una disciplina eminentemente científica, hubiera dejado que otra pasión anidara mis días y mis oficios cotidianos.

Hoy por hoy prefiero vivir historias literarias que leerlas. Tal vez aquí quepa una reflexión de Nabokov sobre el psicoanálisis. El autor de Lolita, situó al psicoanálisis como un fenómeno de la cultura de masas, porque es una teoría que permite al individuo ubicarse dentro de las grandes tragedias; le da a su experiencia rutinaria una dimensión de tragedia extraordinaria al ubicar en el centro de la experiencia personal ese elemento de héroe trágico edípico.

Cuando Freud reflexiona sobre los personajes psicopáticos y el teatro, de alguna manera destacó eso cuando planteó que el espectador del drama es un individuo sediento de experiencias, un mísero al que nada importante puede ocurrirle y la tragedia le permite, -vía identificación- ser héroe de esa experiencia. Un Prometeo que se rebela frente a los dioses y obtiene el título de héroe, subyace en el fondo de toda alma humana. Muchos de los pacientes de Freud fueron héroes literarios. Lo primero que pienso es que muchos de los textos clínicos de Freud están animados por personajes que emergen de los libros y no de la vida real: Schreber, Norbert Hanold, “El hombre de Arena”, Cristobal Haitzmann, el mismo Juanito (…) son más personajes de tinta, más verbo que carne y sangre. Freud nunca los vio; los leyó (…) y hoy por hoy mucho de la teoría de la paranoia se debe a la lectura de Schreber,y el hombre de Arena le permitió construir a Freud su teoría sobre lo siniestro, y Hanold lo llevó a corroborar sus teorías del simbolismo onírico, y a partir de Haitzmann Freud indagó cómo en la historia de la humanidad la histeria se enmascaró bajo la magia. Y todo esto por no decir que una de las claves del hombre de los Lobos estuvo en la literatura infantil, que Tótem y Tabú fue una comprensión de las neurosis obsesivas guiadas de la mano de James Frazer, y que La interpretación de los sueños debe mucho a ese viajero impenitente del siglo II, Artemidoro de Efeso (o Daldis) quien dejó a Freud no sólo el guiño que en el fondo de los sueños se cocina a fuego lento la sazón de la estructura humana, sino que Freud copió el nombre de la obra de Artemidoro.

Hay otro elemento que llama mi atención de esta relación entre literatura y psicoanálisis. Y tiene que ver con algo que la modernidad ha convertido en un valor negativo: la lentitud. Si algo se opone como acción lenta a la velocidad moderna es el acto de leer, leer implica silencio, quietud, es un tiempo improductivo, revierte el ritmo de la modernidad del tiempo productivo, de la velocidad y la eficacia como signo positivo del actuar
humano.

El psicoanálisis como la literatura es de lenta absorción, no implica rapidez y eficacia, implica la reflexión que es la acción de volver sobre sí mismo, una y otra vez. Mientras el mundo moderno se llena de terapias que venden la rapidez del proceso como un valor, el psicoanálisis y la literatura, en su sola configuración estructural, plantean una reversión de la temporalidad veloz de moda.

PARA ACCEDER AL ARTÍCULO COMPLETO: http://www.socolpsi.org/lectores.html



jueves, 11 de julio de 2013

El suicidio

Escrito por: Jorge Ballesteros
En: Revista de la sociedad Colombiana de Psicoanálisis, Junio de 2011 vol. 36 No.1

Existen dos vertientes en las que confluyen las teorías psicodinámicas que explican la conducta del suicida, siendo estas: una pulsional, enunciada por Freud (1920) en su instinto de muerte, y otra la de las relaciones objetales también enunciada por Freud (1917) donde, ante la frustración libidinal, se genera un trauma. Ambas posiciones son vigentes en todo paciente y considero que desconocer cualquiera de estas deja el trabajo inconcluso.

Clásicamente se considera que los elementos que evalúan el riesgo suicida son la edad, el género, la ideación suicida, la gravedad del intento suicida, la existencia de intentos anteriores, el estado civil, el trabajo, el apoyo familiar y las situaciones de pérdida. Estos factores señalan o apuntan a la capacidad del individuo para relacionarse, a la calidad de dichos vínculos, al igual que a la perentoriedad y a la magnitud de sus impulsos; aspectos que denominamos en psicoanálisis como relaciones objetales y pulsiones, respectivamente.

Cuestiono y considero como inexactos los factores empleados para la evaluación del riesgo suicida, así como la relación causal entre suicidio y tristeza; el quitarse la vida a sí mismo no es un acto producto de la tristeza sino de la rabia, la tristeza por si misma deprime, pero no mata. Se postula que la entrevista, además de no ser mencionada entre dichos factores, constituye el predictor más sensible y determinante para evaluar el riesgo suicida. En ésta se puede evidenciar de una forma directa, la vigencia o no de dichos factores, además de la capacidad de un paciente para recibir y utilizar los aportes del terapeuta, que se relacionan con su capacidad de entablar vínculos.

El término vínculo comprende diferentes aspectos según como sea empleado por diferentes autores. Para Bowlby, de acuerdo con Colin (1996), el apego es la unión afectiva perdurable que se caracteriza por la búsqueda de proximidad a una figura específica particularmente en momentos de estrés. La figura de apego generalmente está representada por la madre; si la figura falta, se le extraña y no puede ser totalmente sustituida por otras. Existen vínculos de apego seguros y otros de carácter ansioso (Colin, 1996). En las etapas tempranas los vínculos de apego se dan a través del contacto físico y en la edad adulta esto es remplazado mediante los procesos cognitivos. En general, la teoría del apego sugiere que los vínculos estables dificultan los suicidios y su contraparte, el desapego, los favorecería. 

El suicida tiene en dado momento una falla en su capacidad de contención, ya sea porque no se ha estructurado o porque desea anular dicha función para no percibir un dado suceso, o existe un desaliento y desesperanza de poder hallar dicha función. He aquí la importancia de la entrevista en la cual el entrevistador deberá detectar si el paciente es receptivo ante la función de continente que se le esta ofreciendo y a la vez, qué capacidad tiene el paciente de contener. Por contener, entiendo la capacidad del Yo para pensar acerca
de sus emociones y de elaborarlas. Es aquí donde radica el verdadero riesgo suicida. El paciente necesita un continente que le pueda dar un significado a su agresión; no un intento de anularla, sino de entenderla.


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