Espero que hayan disfrutado de nuestra ultima edición de la Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, además de nuestras jornadas psicoanalíticas que fueron el pasado mayo de 2016, en donde se trabajo el tema de cuerpo, trauma y violencia, en congruencia al 31° Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis que tendrá lugar en Cartagena en Septiembre de este año.
Es por esto, que los invitamos a leer el siguiente artículo, para empaparse sobre el tema de trauma y violencia, analizado desde la literatura colombiana, teniendo gran relevancia en el contexto nacional y latinoamericano de hoy en día
El amor en tiempos de violencia y desplazamiento. Posiciones de Eros en La multitud errante de Laura Restrepo
Resumen
Objetivo: Se estudia el funcionamiento libidinal en un relato novelado sobre una realidad colombiana que viene desde los último años 40; una realidad que produjo desplazamiento y orfandad en miles de seres humanos que han deambulado despojados de tierra y familia. Desarrollo: En el caso narrado por Laura Restrepo, el niño expósito encuentra una madre adoptiva que un día también desaparece en la oleada de violencia, dejando un adolescente sin referencias identificatorias claras, pues, además, sólo se le conoce por un apodo derivado de un defecto congénito. Conclusión: La historia la cuenta una trabajadora social enamorada del joven, lo cual le da al relato un nivel de historia de caso, en el que a través de la transferencia erótica, se logra una reparación del doble duelo original.Palabras clave: duelo, Eros, psicoanálisis aplicado, violencia
Si aceptamos con Lacan que el estilo es el hombre…para quien se escribe o, en otras palabras, si aceptamos que el estilo es el objeto y no el sujeto, tenemos que aceptar que el objeto que construye el estilo de Laura Restrepo cuando le da la palabra al amor, en medio del drama aterrador de la violencia colombiana, es el recorrido del deseo en el tránsito del eromenós
, que todos hemos sido al nacer-, al erastés, que todos devenimos cuando en un momento de gracia decimos, en cualquier lenguaje, te amo. Ahí, el sujeto estalla y renace en el objeto. Ilustramos ese tránsito en La multitud errante. Comenzando a narrar las vicisitudes del protagonista, que no recibe un nombre, sino un apodo, y esto ya es significativo de una violencia extrema, de una violencia que extermina el sujeto y lo reduce a un atributo corporal; Siete por Tres, alude a los 21 dedos que se convierten en marca de identidad de un recién nacido en medio de la masacre. Escribe Laura Restrepo: "La historia de su recuerdo, valga decir la trayectoria de su obsesión, empieza el mismo día de su nacimiento […] Aunque no exactamente nació sino que apareció […] Un bulto quieto, pequeño, envuelto como un tamal entre una cobija de dulceabrigo a cuadros. No lloraba, sólo estaba" (Restrepo, 2001, p.6). Esa aparición convoca necesaria y simultáneamente la presencia de una fuerza libidinal maternal que convierte el abandonado en un eromenós perfecto: "[…] Matilde Lina, lavandera de río, pobre como ave del campo, quien en ese esclarecido momento, equivalente si se quiere al de un segundo parto, lo tomó en sus brazos para revisar de cerca sus ojos, sus manos, sus partes de varón" (p.6). La poesía del saber estilístico de Laura Restrepo nos conduce así hacia los orígenes: los de la vida psíquica. Los orígenes no son las causas, el psicoanálisis fundó esa distinción, y la escritora la presiente, porque de lo que va a hablar es de cómo se cruzan los orígenes eternamente repetitivos de nuestros pensamientos, de nuestras fantasías, de nuestra historia, con las causas necesariamente aleatorias de una vida: la violencia en todas sus expresiones, los eventos familiares y sociales, la soterrada lucha de clases, la locura y la crueldad del poder, el azar de unas determinadas condiciones económicas y culturales.Pero, concretamente, ¿qué es lo que la autora nos hace visitar de una historia en medio de la historia? No tanto, aunque hagan parte de la narración, los eventos reales y objetivos sino un registro esencial de la vida psíquica: el del pensamiento de los orígenes. Escuchamos esa pequeña música que brota del relato y que ya no olvidaremos. Amasaremos al ritmo de la prosa descriptiva la pasta oscura del narcisismo original: "Matilde Lina quedó sola frente a las puertas ya cerradas de la iglesia. Miraba absorta los fuegos artificiales con los ojos encendidos de reflejos y apretaba contra sí al niño de la cobija, como si ya nunca lo fuera a soltar. Lo amparó de ahí en más por puro instinto, sin decidirlo ni proponérselo, y sólo a él en este mundo le permitió entrar al espacio sin ventanas ni palabras donde escondía sus afectos" (p.6).
Narciso, lo sabemos, no aparece nunca solo. Es la ninfa, Eco, la que lo revela a la imaginación mítica. Y no en vano a la autora se le ocurre situar a sus protagonistas en un ámbito acuático que resuena en el apelativo amoroso que designa la narradora como "mi ojos de agua". Al borde del agua y a través de los bosques
veremos desfilar fantasmas y fetiches, asistiremos a la presentación de objetos no objetos: "Criatura irreal y anfibia, Matilde Lina. Siempre a la orilla del río, entre espumaredas y ropa blanca: así la recuerda Siete por Tres y cuenta que creciendo a la sombra de esa mujer de agua dulce, supo que la vida podía ser de leche y miel" (p.7). Y también asistimos a la irrupción dramática del duelo original:
Siete por Tres nunca ha querido deshacerse de la cobija de dulceabrigo a cuadros, deshilachada y sin color, ya vuelta trapo, y más de una vez lo he visto estrujarla, como queriendo arrancarle una brizna de memoria que le alivie el desconsuelo de no saber quién es. El trapo nada le dice pero suelta un olor familiar donde él cree reencontrar la tibieza de un pecho, el color del primer cielo, el ramalazo del primer dolor. Nada en realidad salvo espejismos de la nostalgia. (p.7)
Duelo original, verdadera encrucijada del desarrollo y del devenir erastés, origen doliente del ser. Esta encrucijada se sitúa en el cruce de lo individual y lo familiar entremezclados, entre la ambivalencia y la ambigüedad, entre lo singular y lo universal, alianza propia al genio de lo psíquico; entre la vida y la no vida, y sería un error creer que la vida está toda entera del lado de la salud y la no vida por completo en la psicosis. Eros vela porque eso no sea así. Laura Restrepo lo subraya:
Andaban montados en tragedia mayor pero nunca quisieron entenderlo así, ni Matilde Lina, la lavandera de Sasaima, ni el niño de los veintiún dedos: Mientras los demás padecían hambre, ellos vivían olvidados de comer; la tristeza y el miedo no encontraban en su alma paja para tejar rancho; la desolada noche fría les parecía noche y nada más; la vida despiadada era sólo la vida […] En algún punto de la travesía, Matilde Lina, apertrechada en su niño, desistió de ocuparse de los demás humanos, ella que nunca fue experta en tratarlos, y se desentendió del todo de sus razones, de sus palabras y de sus actos. Simplemente los seguía sin preguntar ni pedir, llevando al niño consigo, casi imperceptible para los demás, poderosos e intocables en su extrema indefensión. (p.9)
Pero no serían humanos los personajes inventados por la novelista para encarnar la evolución de Eros, en medio de la violencia fratricida y el exilio forzado, si la agresividad no fuera citada. Corre a lo largo de las páginas como en filigrana y en su más pura expresión edípica y furiosa que se orienta hacia los extremos y hacia lo absoluto, propulsada por heridas narcisistas profundas. Oigamos algo de ello en el testimonio de una campesina sobreviviente de las masacres y de la caravana acosada por la muerte:
- Su peor tormento ha sido siempre la culpa- me dice Perpetua, y respalda su Argumento con la autoridad que le confiere el conocerlo desde antes de la
tragedia […] Culpa de no haber impedido que se la llevaran. De no buscarla con suficiente empeño. De seguir vivo, de respirar, de comer, de caminar; cree que todo es traicionarla […], una telaraña de recriminaciones que lo persiguen despierto y lo revuelcan en sueños […] ¿Por qué anda purgando un crimen que no cometió ni pudo impedir? - insisto yo – […] son otros los vericuetos de su culpa […} Matilde Lina sufría extravagancias de temperamento, pero era una mujer de empaque fuerte, cara aniñada y pechos grandes […] La vi lavando en el río con la blusa zafada y a medio abotonar, y vi al Siete por Tres a su lado […] Los senos de ella que se asoman y el niño que los contempla, quieto como si fuera de piedra, sofocando el resuello: haciéndose hombre en esa visión. (p.15)
Coherentemente, en el relato, la rabia oculta, que se genera en la represión, contra el objeto mismo que suscita el deseo prohibido se desplaza hacia una imagen sustitutiva y previamente idealizada del objeto: la Virgen tutelar del pueblo en desgracia: "-A la hora de la emboscada no quiso protegernos, nuestra Virgen protectora – todavía hoy la sigue recriminando Siete por Tres, y me cuenta que al reconocerla desfallecida entre el fango, sintió que una vaharada de rencor le incendiaba el rostro"(p.16).
El duelo de la separación y diferenciación que no se pudo hacer en la primera infancia del protagonista, por sus circunstancias existenciales de niño expósito, se elabora durante el resto de la vida a partir de la atrocidad provocada por la criminal "autoridad" que desaparece a la madre adoptiva. El adolescente avanza hacia la vida adulta pero en medio de un laberinto que lo conduce entre la intimidad de la psiquis y su exterioridad. Este laberinto limita con lo individual y con lo colectivo, lo intrapsíquico y lo interactivo, con el crecimiento y el sufrimiento y se sostiene sobre los dos ejes opuestos de lo creativo y lo patológico.
Es un duelo que calificamos de fundamental y originario que no debe confundirse con la depresión. Esta es un fracaso del duelo, pero el duelo mismo es un proceso de maduración que tiene mucho más que ver con la vida que con la muerte. Es uno de los acicates mayores de la psiquis, el otro es la angustia, como bien lo demostró Kierkegaard al relacionarla con la única posibilidad de libertad del hombre: renunciar a la determinación previa del ser para abrirse paso a través de la nada hacia una nueva forma del ser.
De nuevo nos confrontamos aquí con la referencia a Freud cuando considera los procesos correlativos de descubrimiento y pérdida del objeto que culminan en los trabajos sobre el narcisismo (1914) y sobre el duelo y la melancolía (1913). Lo esencial es la afirmación de un trabajo del duelo. Es el trabajo que se constituye en la trama de La multitud errante, tanto desde la perspectiva individual como desde la perspectiva de lo colectivo. Las pérdidas no se producen todas de
un solo golpe, por el contrario operan gradualmente y más que acontecimientos la prosa fluida de Restrepo se desliza a través de afectos y vivencias. El trabajo de la escritura es el trabajo mismo del duelo en el que el asunto del goce, relativo a la diferencia de los sexos se convierte en un asunto de existencia relativo a la diferencia de los seres. Por eso mientras la narradora, enamorada, se siente y se expresa como un reflejo del objeto originario que ha perdido su amado, no se moviliza el deseo en el otro desde la posición de amado hacia la de amante. Solamente cuando ella se afirma en su diferencia esencial y se propone "quebrar la autocensura que frente a él me imponía" (p.37), puede, mediante una interpretación freudiana: "No es Matilde Lina a quien buscas […] Matilde Lina es sólo el nombre que le has dado a todo lo que buscas", inducir el cambio de posición de Eros que permite "descolgar la tela de trama difusa y figuras borrosas que nos separaba" (p.38).
El estadio erótico inmediato (Kierkegaard, 1845), que la aparición del abandonado y perseguido buscador de la infancia perdida causa en la narradora, circula también dentro de ese proceso que transcurre desde el narcisismo inaugural de la relación y el inevitable desencadenamiento de un duelo originario, tan presente y tan inmediato como el amor por su intempestivo objeto. Todo lo que va a suceder queda anunciado de entrada:
[…] dígame por favor un nombre -le insistí alegando motivos burocráticos, pero los que en realidad me apremiaban tenían que ver con la oscura convicción de que todo lo estremecedor que la vida depara suele llegar así, de repente, y sin nombre. Saber como se llamaba este desconocido que tenía al frente era la única manera- al menos así lo sentí entonces- de contrarrestar el influjo que empezó a ejercer sobre mí desde ese instante (…) No creo en lo que llaman amor a primera vista, a menos que se entienda como esa inconfundible intuición que te indica de antemano que se avecina un vínculo; esa súbita descarga que te obliga a encogerte de hombros y a entrecerrar los ojos, protegiéndote de algo inmenso que se te viene encima y que por alguna misteriosa razón está más ligado a tu futuro que a tu presente. (p.4)
Lo que así se anuncia es nada menos que el proceso psíquico fundamental por el cual el yo, desde la primera infancia y hasta la muerte, renuncia a la posesión total del objeto, hace el duelo de un unísono absoluto, refunda permanentemente los propios orígenes y se abre al descubrimiento tanto del objeto como de sí y a la invención de la interioridad. Esta transferencia que se da entre los dos personajes, sobredeterminada y densamente articulada, se constituye entre los acontecimientos dramáticos como una huella ardua, viva y durable de que lo que se acepta perder es el precio que se paga por descubrir o que se anda buscando:
¿Acaso no he venido a buscar todo aquello que este hombre encarna? Eso no lo supe desde un principio, porque aún era inefable para mí ese todo, aquello que andaba buscando, pero lo sé casi con certeza ahora y puedo incluso arriesgar una definición: todo aquello es todo lo otro; lo distinto a mí y a mi mundo; lo que se fortalece justo allí donde siento que lo mío es endeble; lo que se transforma en pánico y en voces de alerta allí donde lo mío se consolida en certezas; lo que envía señales de vida donde lo mío se deshace en descreimiento; lo que parece verdadero en contraposición a lo nacido del discurso o, por el contrario, lo que se vuelve fantasmagórico a punta de carecer de discurso: el envés del tapiz, donde los nudos de la realidad quedan al descubierto. Todo aquello, en fin, de lo que no podría dar fe mi corazón si me hubiera quedado a vivir de mi lado. (p.4)
El psicoanálisis no habría podido decir más claramente esa dinámica y esa economía que presiden la continuada, la interminable transformación de eromenós en erastés. Una vez se rompe el unísono narcisista nada será como antes, se opera un cambio fundamental en la psiquis cuya amplitud e importancia no se pueden comparar sino a todo lo que se desencadena a partir de Edipo y su tragedia.
En la obra de Laura Restrepo está implicada una temporalidad que trasciende el evento, en una travesía que no deja de proseguirse y profundizarse al filo de las edades de la vida (lo muestra también muy bien otra novela, especie de divertimento, de Restrepo: Olor a rosas invisibles, 2002). De acuerdo con esta escritura y este estilo no es paradójico decir que el duelo originario se da en la duración y en lo interminable, como lo ha dicho Freud también de la cura analítica. Lo verdaderamente paradójico es el proceso, magistralmente descrito en esta multitud errante, mediante el cual el ser se encuentra en lo que pierde; es la paradoja de lo identitario, que no podemos solucionar ni reducir, sino aceptar su existencia. Debemos agradecer toda escritura que nos permita esa ruptura con la noción corriente de temporalidad, ruptura sin la cual no es posible entender los movimientos de Eros y sus continuos cambios de posición.
Referencias
Freud S (1913). Duelo y Melancolía. En: Obras Completas. Tomo II. Madrid:
Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, 1981.
Freud S (1914). Introducción al narcisismo. En: Obras Completas. Tomo II.
Madrid: Bliblioteca Nueva, Cuarta Edición, 1981.
Kierkegaard S (1845). Los Estadios eróticos inmediatos o lo erótico musical. Madrid:
Aguilar, 1973
Restrepo L (2001). La multitud errante. Bogotá: Editorial Planeta.
Restrepo L (2002). Olor a rosas invisibles. Buenos Aires: Editorial Sudamericana
No hay comentarios:
Publicar un comentario