AVENTURAS DE LA RANA CUCÚ
Érase una vez, en un
estanque de aguas muy limpias, una pareja de ranas que se llamaban Rigoberto y
Rosita. Ellos anhelaban tener una rana pequeñita, para darle un cariño
grandote: imaginaban, por ejemplo, que por Navidades cantarían juntos:
"Rana, ranita rana, ranita rana, ranita ¡ea!"
Como todo el mundo sabe,
las ranas comienzan la vida como renacuajos y después toman forma de rana; así
que finalmente Rigoberto y Rosita fueron bendecidos con un lindo renacuajo al
que pusieron por nombre Cucú. A Cucú le encantaba nadar y buscar su comidita en
el agua en compañía de sus padres, pero un día tuvo una mala experiencia: en
una distracción de Rigoberto, ella sintió que la habían dejado sola y que se
ahogaba, y por eso lloró y no quiso volver a meter la cabeza en el agua. Cuando
perdió la cola y le salieron patas, Cucú adquirió la costumbre de quedarse
quieta sobre una planta acuática, y sus padres tenían que echarle agua para
mantenerla húmeda. Si la instaban a que nadara, como es connatural a las ranas,
decía que no, que tenía miedo de hundirse. Sin embargo, Rigoberto y Rosita no
perdían la paciencia: nadaban y chapoteaban alegremente a su alrededor,
cantando "Cucú, cucú, cantaba la rana", "El sapote Prieto",
"El renacuajo paseador" y otros clásicos de la música batracia. Es
cosa bien averiguada que a las ranas les encanta cantar, y ahora Rigoberto y
Rosita lo hacían al unísono para animar y educar a su hija.
Un buen día, Rigoberto,
tras mucho pensarlo y consultarlo con expertos, se hizo junto a Cucú, le hizo
una suave caricia en el trasero, y ella, como hacen las ranas en estos casos,
dio un gran salto. ¡Plachis! ¡Metieron la cabezota! Cucú no tuvo tiempo de
asustarse, porque instintivamente se echó a nadar y vio que lo hacía muy, pero muy
bien, con una patada muy fuerte. Además, el agua estaba muy fresca y agradable.
Desde ese día, Cucú perfeccionó su habilidad para la natación asombrosamente, y
decía que no saber nadar era como no saber sentarse a la mesa o no saber hablar
correctamente: una falta de educación.
Algún tiempo después,
Cucú descubrió por casualidad la que sería su verdadera vocación. A veces se
sentaba con su padre frente a la pantalla a ver al "Topo Gigio", a
"Heidi", a "Peppa Pig" o a "Masha y el oso", que
eran sus personajes favoritos. Rigoberto aprovechaba para ver trozos de ópera o
de ballet, que consideraba los mejores espectáculos del mundo. A Cucú le
encantó ver a las bailarinas, y dijo que quería verlas de vista cierta. De modo
que Rigoberto, Rosita y Cucú salieron de su estanque y se fueron a la gran
ciudad de Las Charcas para que Cucú viera el ballet en persona. Esto fue un
diciembre, y se presentaba "El Cascanueces" de Chaikovski. Cucú la
pasó de maravilla, viendo boquiabierta ese derroche de ratones, colombinas y otras
bellezas, y al día siguiente dijo a sus padres:
--Ya lo tengo decidido:
seré bailarina de ballet.
Rigoberto y Rosita se
alegraron mucho, y dijeron en su acostumbrada manera cantarina:
--Hijita, has escogido un
camino muy hermoso, pero muy difícil. Te aguardan muchos sacrificios, mucho
estudio y trabajo, muchas fatigas. Pero nosotros te apoyaremos en todo lo que
sea necesario, porque lo que queremos es que tú encuentres tu camino y lo
sigas, para que seas una rana libre e independiente.
Y a decir verdad no
exageraban. Cuando volvieron a su estanque, le compraron a Cucú las zapatillas
y el tutú (rosado, claro, porque este era su color predilecto), y la
matricularon en la academia de Mademoiselle Grenouille, una francesita que,
nadie sabe cómo, había ido a parar allí. Cucú aprendió el salto, el jeté y
la deslizada, pero sobre todo aprendió que para llegar a hacer algo bien hay
que hacerlo muchas, pero muchas veces, y sudar, y sudar, y sudar. Aunque
estuviera cansada o no tuviera ganas, asistía puntualmente a sus lecciones, sin
dejar de lado los estudios. Le agradaba también aprender idiomas, y ya sabía
que rana en inglés se decía frog, en alemán Frosch, y así
sucesivamente. Cuando flaqueaba y decía que preferiría hacer lo que otras
ranitas, que se quedaban en casa acostadas todo el día quemándose los ojos ante
una pantalla o pantallita ("¡es que todos lo hacen!"), Rigoberto la
aconsejaba así, porque sabía que de cantar y cantar siempre quedaba algo:
--Cucú, recuerda que tú
no eres ninguna reina ni ninguna princesa, sino una rana de clase profesional;
y como tal, vas a tener que estudiar mucho y trabajar mucho, porque la lucha
por la vida está cada vez más dura.
--Así es, papito--,
reflexionaba Cucú y volvía a su avío con renovado entusiasmo.
Y entonces sus padres la
recompensaban con una pequeña celebración:
--¡Ánimo, Cucú! ¡Tres
hurras por Cucú! ¡Hip, hip!...
--¡Hurra!
Al cabo de un tiempo,
Mademoiselle Grenouille, que registraba complacida los progresos de Cucú, llegó
a la conclusión de que ya no tenía nada más que enseñarle y que debía irse a
estudiar a Las Charcas. Aunque eran ranas, Rigoberto y Rosita trabajaban como
burros para costearle los estudios y la manutención, pero lo hacían con inmenso
gusto y sacrificio, puesto que Cucú jamás les dio pie para sentirse
defraudados. "Esta ranita es nuestro orgullo y será nuestro bastón en la
vejez", cantaban a dúo. Más adelante, en Las Charcas le aconsejaron a Cucú
que prosiguiera su formación en Rusia, que era donde se cultivaba el mejor
ballet; y así se hizo, a punta de créditos y estipendios obtenidos con gran
esfuerzo.
Cucú se graduó con
máximos honores, y se esperaba con impaciencia su debut profesional. Finalmente
este llegó: era "El lago de los cisnes", y nada menos que en el
Teatro Bolshói, el Teatro Grande, de Moscú. Cuando llegó la hora de la verdad,
el reflector se encendió sobre Cucú, que dio un salto, un jeté y una
deslizada que electrizaron al público. Imaginémonos la melodía majestuosa de
esa obra de Chaikovski, la que todos tarareamos, mientras visualizamos a Cucú
sobre el escenario, bajo la mirada embrujada del público: "PA, pa pa pa pa
PA, pa PA, pa PA, pa pa pa pa pa PA, etc." Finalizada la actuación de
Cucú, hubo ovación de pie, gritos, lágrimas y desvanecimientos: ¡estaban ante
una verdadera estrella verde, una nueva Ranna Pavlova, una auténtica Ranina
Kukóvskaia! Sin embargo, Cucú nunca quiso tomar un nombre artístico, porque era
una ranita muy sencilla, una ranita de lavar y planchar (sobre todo de lavar,
porque a las ranas les encanta el agua).
Como las noticias viajan
rápido, al día siguiente apareció el siguiente titular de primera página en
"La Gaceta del Estanque", con foto de Cucú en gran formato: "La
rana Cucú, vistiendo tutú, bailaba radiante con paso elegante." Cucú,
constituida en prima ballerina, recorrió el mundo dando especáculos en
los grandes escenarios: el Ballet Nacional de París, el American Ballet
Theater, el Royal Ballet... En todas partes dejaba muy en alto el nombre de su
charca. Su papel favorito era el de Kitri en "Don Quijote", de
Minkus, porque pensaba que en esta obra quedaba muy claro cómo debían
comportarse el hombre y la mujer, cómo debían sentarse, pararse, caminar,
bailar, etc.
Llegó el día en que los
dos principales ballets de Rusia, el Mariinsky de San Petersburgo (¡sí, el
antiguo ballet Kirov de Leningrado!) y el Bolshói de Moscú, entraron en pugna
por tener a Cucú como primera figura. Esto ocasionó una división entre las
capitales europea y asiática de ese gran país: hubo desorden público,
perturbación del servicio de trenes y aviones, desabastecimiento de alimentos,
y se temía que estallara la guerra civil; y todo por la posesión de una rana.
El propio presidente de Rusia tomó cartas en el asunto e hizo llamar a Cucú al
Kremlin para buscar solución a la crisis; y hasta allí fue a dar nuestra
ranita, no sin antes detenerse un poco a admirar una vez más la Plaza Roja, que
en ruso quiere decir Hermosa.
El presidente era un
señor que parecía pintado por Jan van Eyck: cabeza de huevo, pelo pálido y ojos
más pálidos. Hizo que les sirvieran caviar y vino espumoso de Crimea, porque
sabía que a Cucú no le gustaba el vodka, y se dirigió a ella respetuosamente,
por el nombre y patronímico:
--Kukú Rigobértovna, la
seguridad del Estado está en sus manos. Le ruego decidir a cuál de los dos
ballets de marras quiere usted pertenecer. De lo contrario, la destrucción de
la Madre Rusia estará más cercana que en 1941. Además, la policía secreta me ha
informado que la mafia rusa me asesinará si tomo una decisión equivocada. Esta
será mi proclama final: "¡Rusos! Mis últimos votos son por la felicidad de
la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide
la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro." ¡Salud!
Entre tanto, Cucú
saboreaba el caviar como corresponde, haciendo estallar los huevecillos de
esturión entre la lengua y el paladar, y no triturándolos con los dientes. (A
esto la ayudaba el hecho de no tener dientes.) Luego de meditar un poco
mientras degustaba el vino, notando cómo sus incontables burbujitas lograban un
maridaje perfecto con el caviar, respondió así:
--Pierda usted cuidado,
Vladímir Vladimírovich. Yo ya tengo decidido lo que haré: regresaré a mi
estanque a cuidar de mis padres, a quienes debo todo, y a enseñar el ballet a
los animalitos de mi país. La fama no significa nada para mí, y nunca he sido
tan feliz como en mi tierra, al lado de mis seres queridos.
--¡Brava, Kukú, Brava!
--exclamó el presidente--. Me ha salvado usted la vida, aunque yo creo que
eliminarme a mí sería más difícil de lo que fue hacerlo con Rasputín: sus
enemigos tuvieron que envenenarlo, pegarle dos tiros y echarlo amarrado a las
heladas aguas del río Nevá para pasarlo al barrio de los acostados.
Tras pensarlo un rato,
Cucú se rascó la cabeza y preguntó:
--Y ¿cuándo murió ese muchacho?...
Terminada su entrevista
con el presidente, Cucú hizo su maleta, regresó a su estanque a disfrutar de
una vida tranquila con sus padres, y es fama que logró desasnar a muchos
animalitos del lugar gracias a la práctica de las artes.
Y colorín colorado, este
cuento se ha acabado.
Por: Pedro Fernández Borrero
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuen Día lectores.
ResponderEliminarEste cuento nos lleva a pensar en nuestra realidad. no se abstengan de leerlo. Además, colorín colorado, ¿Este cuento realmente se ha acabado?
¡No olviden comentar!