Las figuras terroríficas, seres
que vagan errantes en el “no-lugar” entre la vida y la muerte, han cautivado la
imaginación del ser humano desde tiempos inmemoriales. Leyendas de tradición
oral, mitos, novelas y películas han contribuido a su persistencia en el
tiempo, y la fascinación que ejercen permite intuir que juegan un papel
importante en el psiquismo. El horror que pueden suscitar va de la mano de la
fascinación que producen. ¿Qué experiencia juvenil de campamento estaría
completa sin una buena ronda de cuentos de terror? ¿Por qué las novelas y
películas de horror proliferan en las listas de best- sellers, año tras año?
Pensar que es posible encontrar
una respuesta definitiva y totalizante sobre el horror y las innumerables
figuras que lo representan haciendo uso de una única perspectiva sería
ilusorio. La lente psicoanalítica aporta importantes elementos para su
comprensión, pero el terror, como cualquier otro fenómeno, puede ser abordado
desde múltiples perspectivas: política, religiosa, sociológica, antropológica…
Queremos dejar en claro que el
misterio es una dimensión a la cual podemos acercarnos, pero jamás aprehender
(asir) totalmente. Lo misterioso funciona como un límite del conocimiento humano
y nos introduce de lleno en el reino de la incertidumbre. Esta puede llevar a
la actitud defensiva de aferrarse rígidamente a cualquier certeza que disipe la
sensación de zozobra frente a lo desconocido, o puede incitar al sujeto a
franquear las fronteras de lo conocido para explorar libremente —a través de la
imaginación, la creación y la ciencia— los confines de sí mismo y del mundo que
le rodea.
Vamos a profundizar en algunos
aspectos de las figuras de horror y su función en la psique del ser humano.
Para ello nos introduciremos en el mundo de los vampiros, los zombies y los
fantasmas. Nuestra hipótesis central gira en torno a una paradoja: frente a la
sensación de no existir, el terror se constituye en un antídoto que intenta
salvaguardar al ser de la completa disolución de su subjetividad; y podemos
identificarnos con seres siniestros porque en algún momento nos hemos sentido
sólo parcialmente humanos, apenas vivos, y desarraigados de nuestro propio
cuerpo y de nuestro ser más íntimo (Brainsky y Padilla, 2009). En las figuras
de terror se da forma a lo inenarrable, se le adjudica un nombre y se le
personifica, condensando aquellas sensaciones que se viven como incontenibles e
inmanejables, así como externalizando la pesadumbre y las heridas sangrantes
del alma que no han podido ser aprehendidas o elaboradas por el sujeto en el
devenir de su historia. Crear una figura terrorífica, no importa cuán
espeluznante, contiene parcialmente aquella sensación, para la cual no hay
palabras, permitiéndole al ser adolorido decirse a sí mismo que existe una
razón subyacente a su sufrimiento o a su pavor, a aquellas vivencias que no han
podido ser comprendidas, a las que no se les ha logrado encontrar un sentido
que por supuesto tienen. Unir estas vivencias a una figura concreta —aunque con
contornos vagos y cambiantes— perteneciente al reino de las tinieblas es una
primera aproximación del ser a su tarea de dar sentido a sensaciones que no se
pueden recuperar como recuerdos, dado su carácter arcaico y traumático. A este
respecto Bion (1957) muestra cómo la capacidad para personificar en el afuera
aspectos desdoblados de la personalidad es análoga a la capacidad de formar
símbolos.
Claro está que se trata de un
simbolismo incipiente y arcaico; pero despeja el camino para la re-apropiación
de aquellas porciones del ser que han
sido exiliadas y que representan el carácter desvitalizado y paralizante de
vínculos del pasado. Esta repetición que se siente inefable e inquebrantable,
como un destino ineludible, forma parte de las trampas en las que cae el ser
humano y que “inmortalizan” su dolor. Se necesita la presencia de otro ser
humano, continente y comprensivo, que devele el misterio, reciba las heridas y
nombre las pérdidas y el horror, para que dicha repetición cese y se abra el
camino, para que, hasta donde sea posible, la cicatrización teñida de sentido
tome su curso. Esta es la esencia del proceso y del vínculo psicoanalítico. A
veces las agonías que subyacen a la fragilidad del ser sólo pueden compartirse.
Y esto ya es mucho. Por momentos pueden nombrarse y, en parte, llegan a
elaborarse para que el sujeto pueda reconstruirse.
Fragmento del libro
"Viviendo en el límite: Una travesía por las fronteras del ser" Por
Juan Rafael Padilla y Laura Brainsky (Psicoanalistas Sociedad Colombiana de
Psicoanálisis).
Para comprar libro completo:
http://socolpsi.org/libros.html
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