Queridos Lectores:
Esperamos que con nuestra Revista de Cuerpo (Diciembre de 2015) se animen a adquirir nuestras ediciones, porque para el nuevo ejemplar vendrán trabajos que alimentarán su mente y espíritu.
Acá les dejamos un abrebocas de este Volúmen (40), no se queden sin él.
« ¿De dónde sacó eso loca? »
a « Cada Niño con su Boleta»
Martha Jordán-Quintero[1]
“La locura acierta a veces cuando el juicio y
la cordura no dan fruto”.
Shakespeare, William[2]
“Es el
self y la vida del self que da sentido a la acción o al vivir desde el punto de
vista del individuo que ha crecido y continúa creciendo desde la dependencia e
inmadurez, hacia la independencia, y la capacidad de identificarse con objetos
maduros de amor sin perder la identidad individual”
Winnicott, Donald (1970)
El
psicoanálisis ocurre en privado, entre analista y analizando. Ellos dos, juntos,
crean un vínculo en el marco del cual el analista se pone a disposición del
analizado, con su atención flotante que sabemos trasciende la atención. Sería
más justo decir que con su «psiquesoma atento» para recibir del analizado todo
aquello que él pueda transmitirle, a través de diversos canales de
comunicación. Entre los dos, poco a poco van construyendo nuevas comprensiones
y permitiéndose experiencias que tienen tanto de viejo como de nuevo. En este
ir y venir de pensamientos, afectos, recuerdos, vivencias… entre ambos podrá
darse el proceso analítico.
Este oficio de
psicoanalizar se aprende de una forma particular, a través de un trípode: la
teoría, el análisis personal que vivimos los psicoanalistas durante un período
importante de nuestra vida y la supervisión. Esta última constituye, en mi
opinión, el componente más importante en dicho proceso de aprendizaje. Su
nombre «super-visión» implica la presencia de otro, de un tercero: el super-visor.
Este «tercero», o más bien, la relación con este tercero, ofrece al analista
tratante la posibilidad de abordar un fragmento de un proceso psicoanalítico
con una distancia temporal y afectiva –no están dentro de la sesión analítica- y
con un interlocutor. Tiene como objetivo promover en su supervisado mejores
posibilidades de analizar a sus pacientes. El supervisor es un psicoanalista,
pero no es el psicoanalista de su colega supervisado; no está allí para ahondar
en su realidad psíquica. Sin embargo, la esencia del psicoanálisis y la esencia
de la supervisión implican el interjuego entre realidades psíquicas, y en esa
medida, el supervisor tiene acceso a los contenidos inconscientes del
supervisado. Acceso legítimo para supervisar-tarea que le compete- y al
mismo tiempo vecino del terreno ajeno del análisis de su colega. El supervisor
entra, necesariamente, a formar parte de lo privado; se establece una nueva configuración
de «lo privado». Y él también aprende, en gerundio:
enseñando-aprendiendo-enseñando…
Durante el
transcurso del seminario cuyo objetivo es aprender a supervisar, me han surgido
muchas preguntas. Entre los diversos aspectos abordados, tres de ellos
suscitaron en mí un mayor interés:
1.
«
¿De dónde sacó eso, loca?»
2.
¿Cuál
es el origen de la interpretación que el analista hace a su paciente?
3.
«Cada
niño con su boleta»
Voy a hacer
uso de ellas para nominar los distintos apartes de mi reflexión. La primera y
la tercera surgieron, así, como frases coloquiales. Explicaré a qué me refiero
con cada una.
I.
« ¿De
dónde sacó eso, loca?»
Escribe
Shakespeare en el Acto dos, escena dos, de Hamlet (Shakespeare,
1564-1616):“La locura acierta, a veces, cuando el juicio y la cordura no dan
fruto”. La frase pertenece a Polonio. Este considera que la causa de la locura
de Hamlet puede ser el enamoramiento de Ofelia –su hija- y así se lo hace saber
a los reyes. Al momento llega Hamlet al salón y conversan ellos dos. Polonio se
queda pensando en la respuesta de Hamlet y dice esta frase para sí. Ello quiere
decir que reconoce que puede existir un contenido de verdad y de lógica -aun
cuando sea otra lógica- en algo que inicialmente parece irreal, insensato o
loco.
El analista
supervisor oye atentamente una intervención que su supervisada ha hecho a su
paciente y se pregunta: « ¿de dónde sacó eso, loca? ». Se sorprende,
siente curiosidad, desconcierto, no entiende, puede poner en duda la veracidad
o credibilidad del acontecimiento. La diferencia entre lo que él piensa o siente,
y la realidad de lo que vive la diada que ahora está ante él a través de la
narración del supervisado y la suya, parecen des-encontrarse en vez de
encontrarse.
El supervisor
sabe que su sorpresa es suya, y que para buscarle sentido a la intervención
realizada por su supervisado, tiene que trabajar con él, pues el origen de la
intervención -sea una interpretación o no- sólo será abordable entre los dos. Pasamos,
entonces, de la sorpresa del supervisor a la búsqueda de sentido entre
supervisor y supervisado.
¿Cuál es el origen de la
interpretación que el analista hace a su paciente?
La
interpretación transferecial-contratransferencial debe surgir a partir de la conjunción
de la fantasía inconsciente de uno y otro –analista y analizado-. Es
instrumentada a partir de la vivencia contratransferencial del analista,
suscitada por la transferencia del paciente en él. El supervisor recibe el
material clínico de parte del analista tratante y este se constituye en el
material a partir del cual accede a la relación entre el analista tratante y su
paciente, y siendo esta una conjunción de realidades psíquicas. A partir de
este momento, accede también al psiquismo de su supervisado. Así las cosas, la
pregunta acerca del origen de la interpretación, nos lleva a otra: ¿Es viable trazar
una línea divisoria clara entre el terreno del análisis personal y el de la
supervisión?
A lo largo del
seminario hemos mantenido abierto el debate acerca del manejo que debe dar el
supervisor a la contratransferencia del analista tratante, a través del cual se
insistió repetidamente en el respeto por ella. El director planteó la
existencia de una contratransferencia explícita o pública: la que el analista
en supervisión manifiesta abiertamente a su supervisor y muy posiblemente
considera que le ha sido útil para instrumentar su interpretación. En caso de
que la contratransferencia no sea verbalizada voluntariamente, no se debe
forzar al analista a que la comparta. Esto, aludiendo que esta pertenece al
terreno del análisis personal, y que este límite no debe franquearse.
He manifestado
mi desacuerdo, o al menos mi sorpresa. Me pregunto cómo se puede pensar en
trazar límites claros; si la contratransferencia es lo que el analista siente
en respuesta a la transferencia de su paciente, nos transmite algo acerca del
paciente, pero por supuesto, a través de la lente del analista. El analista se
deja permear por los contenidos de su paciente y se los regresa, pero esto solo
puede hacerse una vez ha sido transformado, pasando por el aparato
metabolizador de su propio psiquesoma. Hay transferencia, sí, puede haber
varias, pero también hay objeto nuevo. El proceso
transferencia-contratransferencia permite al analista devolver al paciente algo
que le pertenece, pero lleva impresa consigo una huella del analista. Es un
proceso identificatorio “a dos pisque-somas”. Pensarlo de otro modo, es, a mi
manera de ver, como echar marcha atrás en la historia del psicoanálisis de
niños, o más bien, a una lectura errónea de esta historia: se debe tomar en
cuenta el mundo interno en exclusiva (Melanie Klein) versus: el mundo externo
en exclusiva (Anna Freud). Convivieron y coexistieron en la Sociedad
Psicoanalítica Británica, donde surgió la posibilidad de pensar que no era “o”
sino “y” ; Donald Winnicott planteó el concepto de transicionalidad, área
construida por uno y otro, y cuyo resultado por supuesto trasciende los aportes
de uno y otro. La evolución del concepto siguió su curso y André Green habló
luego de la realidad psíquica, refiriéndose a la lectura personal que cada uno
de nosotros hace de su mundo, de sí mismo y de sus relaciones. En dicha
realidad, están lo interno y lo externo, pero ya no están cada uno por su
cuenta, pues han atravesado el carácter, la personalidad, el momento del
desarrollo, un aquí y un ahora… Y cada uno de estos ha ido aportando huellas
que se han constituido en elementos esenciales.
Ahora bien,
¿en qué se parece esto al proceso de supervisión? A mi pregunta sobre si al
crear un pequeño campo epistémico, conjuntamente, sobre el material clínico,
indagando el origen de la interpretación ¿no se estará tratando de la
contratransferencia del colega?, el director respondió que claro que sí, pero
que este procedimiento es legítimo, no invasor, porque esta exploración se hace
sobre el material clínico y no sobre el colega. No se le está inquiriendo sobre
sus sentimientos, ni emociones, ni sobre su historia, ni sus traumas o
fantasías, en resumen, sobre nada que atañe a su análisis personal. Se está trabajando
sobre su contratransferencia proyectada en el material clínico, el objeto
externo y esto la hace de “dominio público”.
Para mí, si
bien es cierto que se está trabajando sobre el material clínico, no lo es tanto
que «no es sobre el colega», porque si su contratransferencia está proyectada
en el material clínico, allí está él. El analista cuenta a su supervisor algo
acerca de «su» paciente, pero no «el» paciente que asiste a su consulta, sino
el que él ha ido construyendo en su mente, el paciente que él vive y cómo lo
vive. También, en lo que cuenta y deja de contar y en cómo lo cuenta, transmite
algo de la relación que tiene con él, y en esa medida, algo de él mismo. Es
inevitable. En toda relación hay mínimo tres: uno, otro y el nuevo personaje
que forman ambos. Entonces, el analista SIEMPRE está hablando de él a su
supervisor. Si bien la indagación acerca del origen de la interpretación se efectúa
sobre el material y no sobre la persona del analista, la persona está allí. El
campo epistémico de la supervisión no es sólo el paciente en la mente del
analista, pues incluye también al supervisor y a la construcción que él va
elaborando del analista y de la relación del analista con su paciente en su
propia mente, y también, esta nueva relación entre él y su supervisado. Es en
este marco complejo en el que puede acercarse al paciente que presenta su
supervisado, paciente que sólo puede presentarle desde su propia realidad
psíquica y que él solo puede aprehender desde la suya. De hecho, el supervisor
irá siguiendo un poco la idea de Melanie Klein, del timing dado por el momento de urgencia ; en este caso, por el
momento de angustia contratransferencial del analista. El psiquismo del
supervisor es permeado por esta información de dos realidades psíquicas que le
llega, y esto determina que se centre en un punto y no en otro, en una sesión
de supervisión.
La
construcción de un campo epistémico entre supervisor y analista tratante
protegería los aspectos íntimos y privados del colega. Opino que así se debería
hacer, o más bien, no veo otra forma de emprender esta búsqueda de nuevos
conocimientos, de aclarar confusiones, de corregir errores… Como cada vez más
en mi clínica -y también en la docencia- le doy prelación a la relación, quizá
eso me hace tan difícil pensar en la ausencia de contratransferencia. Insistí
en que para mí, la contratransferencia siempre está y planteé que era inferible
a partir del material. Me resultó muy útil la aclaración por parte del director
de la existencia de la contratransferencia implícita; él considera que si bien
en ocasiones aparece en el contenido verbal del material, él da prelación al
afecto –gestos, tono, acciones, mímica- que permite ubicarla e identificarla
cuando no lo está.
Tenemos en el
campo epistémico de la supervisión la conjunción de tres construcciones de
mundo externo- mundo interno- realidad psíquica: los del paciente, del analista
y del supervisor. Es una mirada «meta» y sí, se llama «super-visión»; tiene la
particularidad de que cada uno de los «observadores» es participante: el
supervisor toma parte activa en la aprehensión del material que trae su
supervisando, quién da cuenta al supervisor de su paciente, y de él, así como de
la relación de ambos. Cuando el supervisor interviene, tiene elementos del
paciente –el que está en la mente de su analista- del proceso analítico en el
marco de la relación transferencia-contratransferencia entre paciente y
analista, así como también de la relación de esta nueva pareja formada por él
en tanto supervisor con su supervisado.
A lo largo del
seminario, tuvimos la oportunidad de intervenir en distintos roles y cuando
fuimos «supervisores del supervisor» vimos que aborda tanto la función
analítica del analista como el funcionamiento psíquico del paciente. ¿Qué hace con sus emociones, vivencias,
pulsiones? Esa podría ser una pregunta para una reflexión posterior. Pero están
ahí; el supervisor es un analista y la herramienta fundamental del trabajo analítico
hoy es la relación transferencia-contratransferencia. El supervisor puede
aportar a su supervisado, su «interpretación» (entendida en este momento
particular como comprensión) de lo que sucede en esa relación, a partir de lo
que a él le llega a manera de transferencia. La contratransferencia del
analista –explícita o implícita- hace las veces de transferencia en la relación
supervisado-supervisor. El supervisor metabolizará el material que recibe y
hará uso de su contratransferencia para instrumentar la comprensión que
compartirá con su supervisado. ¿Podríamos pensar que, así como la
interpretación que el analista hace a su paciente surge de la identificación del
analista con las fantasías inconscientes de su paciente, el o los puntos en los
que se centra el supervisor en una supervisión surgen de su propia
identificación con las fantasías inconscientes de su supervisado? Ocurre, en
ambas diadas, un proceso identificatorio que constituye la base del
conocimiento que reúne lo viejo, lo transferido, con lo nuevo.
« Cada niño con su boleta »
Mientras
hago el recorrido por lo vivido y aprendido durante el seminario, más me cuestiono
si mi pregunta central, o la que consideré sería la pregunta central de mi
ensayo se ha ido diluyendo, o si será que, para intentar organizar el debate en
torno a las cuestiones del origen de la interpretación que hace el analista a
su paciente, y tanto el lugar del supervisor como las herramientas de las que
dispone el supervisor para favorecer la construcción de un nuevo conocimiento
en el marco de la relación que establecen él y su supervisado, se requiere la
consideración de múltiples elementos. Veo que mi reflexión va tomando la forma
de una analogía entre el trabajo analítico (analista con su paciente) y el del
trabajo de supervisión (no los estoy equiparando, encuentro puntos en común y
diferencias, pero también encuentro que entre más las pienso, algunas de las
diferencias me parecen arbitrarias). Me surge entonces la pregunta sobre el
sentido que tiene establecerlas. Es un hecho que no se trata de otro análisis,
no es la tarea ocuparse del mundo interno del analista, pero la herramienta de
la supervisión, llevada a cabo por un analista a otro, implica la presencia de
éste y es aquí donde no veo cómo puede hacerse el trabajo propuesto, sin aludir
a la contratransferencia, sea ésta explícita o implícita.
En
el modelo de supervisión del director, el analista tratante llega con su
fantasía inconsciente acerca del material clínico, y el analista supervisor
aporta su propia fantasía inconsciente (que surge del preconsciente) y le pone
palabra. Entre los dos analistas constituyen un neolenguaje, queriendo pensar
que: “cada niño con su boleta”, quizás tendré que tolerar por ahora la
incertidumbre de qué es de quién, o más bien, pensar que sí puede haber boletas
individuales, pero aquí, ya que nuestra pregunta alude al campo epistémico; es
una boleta que permite el acceso al conocimiento a un grupo de personas, cada
una con un lugar desde el cual será partícipe de la construcción del mismo.
Dice el
director: «El método no es una técnica, es una relacionalidad entre el objeto
de estudio y el investigador». En tanto fui pensando en este escrito, este
aparte se fue tomando el lugar de conclusión. El «cada niño con su boleta››
sería, un proceso de supervisión bien logrado, que cumplió con su objetivo: Partimos
de un campo interpersonal –el del analista supervisor- con su pregunta « ¿de dónde
sacó eso loca?». La búsqueda de una respuesta a su pregunta se da en el terreno
interpersonal, deja de ser solo suya porque sólo es explorable entre el
supervisor y el supervisado. Y el trabajo de los dos permite un conocimiento
nuevo, de ambos, posible gracias la individuación de las identidades analíticas
y, al mismo tiempo, favoreciéndolas. Proceso siempre en construcción, que evoca
en mí el concepto de «hacia la independencia» de Donald Winnicott… De ambos
analistas, el tratante y el supervisor.
Referencias
Winnicott, D (1970).
On the Basis for Self in Body. En: Exploraciones
Psicoanalíticas. Londres: Karnac Book.
[1] Psicoanalista. Miembro Titular de la Sociedad Colombiana de
Psicoanálisis.
[2] Shakespeare William. Hamlet Acto 2, Escena 2. En el original:
« How pregnant sometimes his replies are! A happiness that often madness
hits on, which reason and sanity could not so prosperously be delivered of. » p 1084 en William
Shakespeare, the complete works.
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